Trastornos cognitivos
Los trastornos cognitivos representan la afectación de nuestras llamadas “funciones superiores”, las facultades mentales que nos permiten recordar lo aprendido, seguir aprendiendo, aplicarlo para desenvolvernos en el trabajo, en la gestión de nuestra economía, de nuestro hogar o de nuestra vida cotidiana, y en definitiva ser independientes en cuanto a estrategia y planificación.
Estas enfermedades suelen comenzar con un deterioro cognitivo ligero, es decir, con síntomas sutiles, que aún permiten a la persona manejarse en su vida diaria, y que por ello no siempre son consultados con un especialista. Desafortunadamente, alrededor del 60% de estos casos progresan a un trastorno cognitivo mayor o “demencia”, que ya sí interfiere de forma significativa con la independencia de la persona.
El número de “demencias” es elevado. La más conocida y frecuente es la enfermedad de Alzheimer (antigua “demencia senil”), que suele comenzar con fallos en la memoria reciente, y que afecta sobre todo a las personas de mayor edad, pero que puede presentarse en edades tempranas, incluso por debajo de los 50 años. La segunda en frecuencia es la “demencia vascular”, que se debe a lesiones vasculares en el cerebro (infartos o hemorragias) y puede afectar a diferentes facultades según dónde se produzcan estas lesiones, por lo que prevenir su aparición o progresión es primordial para una adecuada salud cognitiva. Otros tipos de “demencia”, como la “demencia fronto-temporal”, afectan más a la conducta y comportamiento de los pacientes, generando dificultades para la convivencia familiar y social. En todos estos casos, lo más importante es detectar el problema lo antes posible, para alcanzar un diagnóstico temprano y aplicar las medidas preventivas y terapéuticas existentes para su control o, cuanto menos, enlentecer el curso natural de la enfermedad, según su causa.
La mayor parte de estos problemas no disponen de un test diagnóstico directo, es decir, de una prueba en clave de “positivo o negativo” que permita confirmar o excluir con ella de forma absoluta que se padece la enfermedad. Sólo la evaluación directa por un neurólogo, en muchos casos apoyado también por la evaluación de un neuropsicólogo, y por la interpretación de las pruebas complementarias oportunas, nos permite alcanzar un diagnóstico de probabilidad fiable con el que tomar las medidas oportunas en pro de mejorar en lo posible su pronóstico.